jueves, 8 de enero de 2009

SUS OJOS VERDES




Caminábamos por aquel río de piedra o más bien naufragábamos después del ataque etílico a nuestra línea de flotación. La luz de las tabernas reflejada en el espejo negro de las calles era el camino que conducía al lecho aquella noche. Ebrios y felices apurábamos el paso azuzados por el deseo y nuestra juventud forjó tizones de lujuria entre las sábanas. Aun jadeantes ella me preguntó por el futuro y yo sólo acerté a decir:

- Yo seguro que un imbécil engreído sin oficio ni beneficio y tú una princesa o una puta.

La mezcla de alcohol y mujer hermosa siempre sacó el lado más estúpido de mi ser. Ella me miró con sus bellísimos ojos verdes cubiertos por un limo de vidrio y yo quería vomitar y empezar de nuevo. Me besó con la dulzura de una expiración, se vistió y se fue.
El tiempo consiguió llenar mi vida de rutina con un oficio de poco beneficio pero eso si con sueños de imbécil engreído. Aquel día iba absorto en cosas de la parte absurda de mi vida, deambulando por calles conocidas aunque ignoradas, cuando oí aquella voz familiar que me llamaba desde la otra acera por mi nombre del pasado.

- Coño Sarmi, ¿eres tú? Joder tío ¡que alegría!

Esos rotundos ojos verdes no se pueden olvidar. La miré y también a un lado y a otro, no podía ser que sus ojos estuvieran allí en aquella acera de carne y faroles rojos.
Era la princesa de aquel prostíbulo.

- No te quedes ahí parado como un gilipollas y ven a darme un beso que no me como a nadie, al menos de momento…

Su risa franca y sin complejos me sacó del marasmo babeante en el que me encontraba y fui hacia ella y la abracé y la besé con un cariño y un alivio infinito como si me hubiera librado de alguna culpa terrible.

- Bueno, bueno, yo también me alegro de verte, pero me alegraría más si me invitaras a una copa.
- Claro – dije.
- Pero aquí no. Quiero que vayamos a recorrer la ciudad y cerrar cada taberna como hacíamos de jóvenes.

Bebimos, fumamos y reímos hasta enloquecer y por supuesto lo cerramos casi todo y cuando se presagiaba el alba nos fuimos a mi casa a finalizar lo que hacía años dejamos suspenso. Cuando desperté su lugar en la cama estaba vacío. Eché de menos sus ojos y quería pedirle perdón y decirle que ya no era joven y estúpido. Y entonces vi la nota que dejo encima de su almohada:

“¿Lo pasaste bien chato? Me debes 10.000 pelas. Las Princesas no somos baratas ¿Sabes? Y haber si cambias el café el que tienes es una puta mierda. Adiós Sarmi me ha gustado volver a verte.”

Nunca le pagué. Jamás volví a pasar por aquella calle.
Aún hoy tengo clavados esos ojos como un estilete verde refulgiendo en las tinieblas de mi ser, allí donde la sangre se espesa con el recuerdo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

La realidad siempre es más literaria que la ficción. Y tus dotes como pitoniso no tiene precio ;)

Encima dale gracias de que no era una autentica princesa...no tendrías como pagarle.