jueves, 15 de enero de 2009

¡TALMENTE! (o cuando el cine se parece demasiado a tu ficción)

- Y… ¿Pasó algo?
- Nada que vaya a cambiar lo nuestro.

Este es el diálogo final de “No sós vós, soy yo” una más que recomendable comedia dirigida por Juan Taratuto y producción hispano-argentina (andaba el inefable Antón Reixa en la producción española) que no pude ver en el cine y que ayer me senté a saborear con mi chica en la vieja superviviente televisión de casa, y me gustó. Me gustó el planteamiento cercano de los personajes, me gustaron las canciones del maravilloso Jorge Drexler (sin desmerecer a Calamaro por supuesto), pero sobre todo me gustó porque contó una parte de mi historia de amor y desamor. Hoy con la indulgencia de quien se detenga a leerla me gustaría contar esa historia como pago de una deuda emocional pendiente.

LA HISTORIA

Era difícil no enamorarse de ella, de su pelo ensortijado, de sus ojos de miel de romero, de su alegría contagiosa, de ese encantador modo de pronunciar las eses, del paraíso que se intuía debajo de sus camisas hippies XXL. Por supuesto me enamoré y cuando me devolvió el primer beso vi nuestro futuro inseparable y eterno. Un día, un año después de ese beso, me llamó para decirme que se había enamorado y que se iba con el hombre de su vida. Se sentía aventurera y feliz. Colgué y mi vida también se interrumpió en ese instante.
Del estupor a la rabia, de la rabia al dolor, del dolor a la tristeza, me recreé en ese vía crucis de años perlado de minúsculos conatos de felicidad. Pero el tiempo me trajo esa mañana en la que desperté y ya no me acordaba de ella.
Igual que en la película.
La vida empezó a florecer y le cogí gusto a mi soledad. Disfrutaba con mis amigos de actividades que ni siquiera sabía que existían, de la música, de la lectura, de los paseos, de las noches de no buscar nada y encontrar todo. Hasta que un día mi chica surgió del salón de aquella casa donde nos habían invitado a cenar y se dirigió a mí decidida con esa enorme sonrisa; “encantada” –dijo- con una seguridad y una dulzura que me dejaron paralizado. No dejé de mirarla en toda la cena, morena, alegre, jugueteando con el pelo y con la mirada, las manos preciosas, siempre inquietas. Cuando nos despedimos su voz y su risa me acompañaron durante el resto de la noche y al día siguiente, y al otro, y al otro, y... me entró pánico. Se estaban quebrando los pilares de mi soledad. Me daba miedo volver a sentir, a pasar por lo mismo, y, francamente, tampoco quería tenerla como amiga.
Pasaron los días y coincidimos nuevamente y me hizo ver que ella tampoco quería ser mi amiga así que acabamos en mi casa haciendo lo que casi nunca llegan a hacer los amigos.

Lo malo de las aventuras es que se terminan justo en el primer día laborable.

Ella me llamó había conseguido mi teléfono por amigos comunes, me dijo que había vuelto hacía algún tiempo y que le gustaría mucho volver a verme. Mi chica se había ido a Dublín tres semanas y, por el momento, no me apetecía contarle nada, estábamos empezando, así que le dije que sí, que nos veríamos.
Quedamos en un antiguo café al que solíamos ir y que aún aguantaba el paso de los años. Estaba sentada en la mesa que siempre le había gustado. La miel seguía habitando sus ojos ahora pintados. Conservaba su hermosura, su pelo ensortijado y su manera de pronunciar las eses, pero ya no había camisas hippies, en su lugar el traje de chaqueta conseguía contradecir la frescura de la sonrisa con la que me recibió.

- Cuantos recuerdos ¿No? -dijo.
- Si, muchos.
- Te veo... Estas...
- ¿Igual? -dije
- Si, eso, no has cambiado nada.
- Tu sí.
- Bueno, si. Pero sigo igual de loca no creas.

La miré fijamente y sonreí.

- ¡Te he echado tanto de menos! -dijo, sin perder un punto de su pose elegante- Me equivoqué, no se, quizás tenía miedo de cómo crecía lo que sentías por mi y... ¡joder! ¡Éramos tan jóvenes!...

Hizo una pausa y su semblante se nubló. Esta vez la ironía subió otra sonrisa a mi rostro.

- Eh, no pasa nada, en serio. Yo estoy bien y a ti te veo estupenda...
- No estoy bien. Me he separado hace un mes. No nos iba bien desde hace mucho, desde que me di cuenta que nunca había dejado de quererte. Oye, yo ya no soy la de antes, he cambiado ¿Tu crees que podríamos...
- No.
- Perdóname, me equivoqué, pero no va a volver a pasar, de veras ¿es que ya no me quieres?
- No hay nada que perdonar pero no te quiero, ya no.
- Hay otra persona ¿no?
- No tiene nada que ver con eso. Hubo una larga travesía por el desierto y pensé que la angustia me iba a matar, pero un día deje de pensar en ti, y ya está, es todo. Estoy bien y tú tienes que seguir tu camino.- Hubo una larga pausa mientras nos mirábamos con un poco de tristeza. -Venga, vamos a pasear porque si no voy a agotar la ginebra de este sitio...-

Sonrió y salimos. Fuimos paseando hasta el puerto mientras ella me contaba sus aventuras y yo mis nuevas aficiones.

- ¡Escalada deportiva! No jodas, pero eso es peligrosísimo.
- Bueno, ya sabes, me quería morir...

Por un momento su risa volvió a ser la de antes fresca y contagiosa. Me ofrecí a llevarla pero prefirió coger un taxi. Nos abrazamos y nos besamos largamente y me quedé absorto viendo el vaivén de su larga melena ensortijada mientras se alejaba.

Mi chica volvía después de su periplo irlandés y mientras la esperaba en el aeropuerto pensaba en cómo la vida nos zarandea hasta despojarnos de nuestros harapos y luego nos muestra un camino que tenemos que recorrer desnudos, sin equipaje, sin deudas…

- Hola señor ¿sabes? Estoy esperando a mi mamá.
- Hola cielo ¡que bien! Seguro que la echabas mucho de menos.
- Ssssssss…-dijo la niña moviendo mucho la cabeza de arriba abajo- ¿sabes? Mi mamá tuvo que ir a Madrid a arreglarle todo a su jefe que es malo malísimo, y mi mamá dibuja casas y después la gente vive en ellas, son muy bonitas. Señor ¿tú también esperas a tu mamá?
- No cariño, yo espero a mi futuro.
- Seguro que ese futuro no pinta casas tan bonitas como las de mi mamá.
- No, seguro que no, pero pinta unas sonrisas muy bonitas.
- Alba hija, ven, y no molestes al señor, que ya llega mami.

Alba, la niña se llama Alba. Pues va a ser cierto eso de las señales pensé. Pero de esos pensamientos me sacó ese torbellino moreno y sonriente que vino corriendo a abrazarse a mí y a besarme como una loca y me quedé mirando para ella, pensando en la conversación con Alba y me creció el vidrio en los ojos.

- Eh, tonto, ya estoy aquí ¿qué pasa? ¿pasó algo?
- Nada, nada que nos afecte.-dije- y la abracé y la besé hasta cortarle la respiración.

Igual que en la película.
Nos fuimos a mi casa y nos cobramos todos y cada uno de los días de ausencia en monedas de amor, carne y risas.

- ¿Te importa si me quedo esta noche?
- Por mi puedes quedarte para siempre.

Ha pasado el tiempo, otras casas han sido habitadas, otras ciudades nos acogieron, los días siguen amaneciendo con ese miedo al hastío que congela el alma pero ella sigue quedándose cada noche, desde aquella. Por lo que a mi respecta los milagros existen y los ángeles a veces se encarnan.

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