jueves, 25 de diciembre de 2008

VIACRUCIS NAVIDEÑO (IV)

Todos mis acercamientos a él siempre fueron malos para mi. Cuando visité su casa por primera vez me precipité en la pila cosa que nadie había hecho antes. Mi madre le echó la culpa a mi madrina que de la emoción no era capaz de sujetarme como él manda pero yo creo que no le gustó nada que me pusiera a berrear como un poseso en su casa y quiso ahogarme. Unos años más tarde me vistieron de fraile y me dijeron que él, vamos su cuerpo, entraría en mí en forma de galleta y yo pensé "esto debe ser como la comida de los astronautas que con un poco de agua una píldora se convierte en un pollo asado", lo que pasa es que no me imaginaba cómo iba a caber aquel tipo dentro de mí con cruz y todo; y lo que paso fue que él se pegó al paladar de mi boca y estuvo allí casi toda mi fiesta y no salía ni haciendo enjuagues de mirinda de limón, así que aunque nos dijeron que estaba prohibido, lo arranqué con el dedo y lo arrojé al vaso de vino de mi abuelo igual ahora está haciéndole compañía en el camposanto.
También me lo encontré en el grupo de teatro en la primera vez que me subía a un escenario y que poco faltó para que nos lincharan por su taparrabos o más bien por su ausencia, pero esta es una historia que os contaré en otra ocasión.
Y cada año llega este día desde hace once en el que él le roba todo el protagonismo a mi hijo al que no se le ocurre otra cosa que nacer un veinticinco de diciembre a las 01:30 horas, aún lo veo sonriendo desde el crucifijo del paritorio y aunque yo preferiría celebrar su cumpleaños él se nos cuela y no deja venir a sus amiguitos.

Pues eso, parafraseando a los "Les Luthiers": "Era un hombre atrapado por su Cristo... ¡Suéltame Cristo!".

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