martes, 9 de diciembre de 2008

EL CREYENTE

Pude ver el domingo pasado la película “The Believer” (“El Creyente” en su versión castellana) y me conmocionó, no tanto por su valor cinematográfico, que lo tiene aunque pueda flojear por momentos, si no por su valor como reflexión sobre conceptos como fe, razón, inteligencia, violencia…

La fe y la razón son dos fuerzas que deben ir siempre en paralelo para que puedan convivir en el ser humano pero éste tiende a cruzarlos y se precipita la paradoja existencial, esto es, la razón intenta explicar la fe y la fe intenta moldear la razón. Si todo esto se quedase en mera frustración buscaremos consuelo en el rezo o en la psiquiatría. El problema lo tenemos cuando un ser inteligente y sensible busca respuestas a su fe en las religiones y estas sólo tienen dogmas, preceptos y ritos absolutamente irracionales e imperativos. La paradoja existencial se puede agudizar hasta el sufrimiento, se rechaza lo que se ama generando un dolor insoportable que necesita matar aquello que lo provoca. Y sobreviene la violencia.

La violencia como característica o como herramienta es algo (y digo esto con mucho cuidado) “asumible”; a los descerebrados violentos se les puede identificar y aislar; lo peligroso de verdad es la violencia como solución o como argumento porque ésta es fácilmente inoculable en una sociedad enferma y sin valores. El Tercer Reich utilizaba la violencia en este sentido, de forma irracional y sistemática hasta su total normalización y la enferma sociedad alemana de entonces la aceptó como la solución final sin cuestionarla en absoluto y así darle sentido a toda aquella barbarie insoportable de otro modo.
Yo siempre he creído que las religiones son perversiones de la fe y cuando hablo de religiones lo hago en un sentido muy amplio pues el ser humano tiende a construir razones para dar cuerpo a lo irracional, para identificarlo, limitarlo y hacerlo inteligible. El nazismo se dotó de dogmas, ritos y parafernalia propios de cualquier religión.

En un momento de la película uno de los personajes ante la discusión sobre el horror de Sabra y Shatila se preguntaba:

-¿Por qué a los Judíos se nos exige más que a los demás?
- Porque somos el pueblo elegido.- Respondió otro de los personajes.

He aquí el quid de la cuestión. Toda religión es esencialmente excluyente.

Los nazis de hoy se mueven en la globalización cómodamente, son inteligentes y políticamente correctos, inoculan el virus de la violencia como algo inexorable utilizando esos detritus que habitan en las entrañas del ser humano: prejuicio y miedo.
La nueva religión dominante es el mercado global. Aquí no existen razas, credos e ideologías, o al revés, todo ello tiene cabida en él y todos rezamos al Dios dinero, unos con más fe que otros, pero lo hacemos. No nos engañemos esta nueva religión es también, como no, esencialmente excluyente y los excluidos de la globalización son justo aquellos a los que no se les permite salir de la pobreza y que se refugian en sus religiones excluyentes, el territorio perfectamente abonado para la violencia.

El ser humano es un error de la naturaleza y es ahí donde reside su grandeza y su carácter extraordinario, somos capaces de pensar, significar y abstraer, capacidades maravillosas… y autodestructivas. Yo soy un ateo no converso y mi única fe es el ser humano.

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